sábado, 27 de octubre de 2007

Traingo


Con un amanecer que cada vez se vuelve más lento a causa de la acumulación de magia, nazco como el séptimo hijo de un octavo hijo. Las Montañas Carnero se despliegan bajo mis pies y el trabajo de mi padre(Q.E.P.D.) se escucha en el hogar, el yunque es golpeado continuamente con unos chisporroteos inperceptibles, dos años viendo como mis hermanos viajaban al pueblo y me quedaba en casa esperando a mamá, que tuvo que trabajar para poder mantenernos y yo sabía que algún día me tocaria a mí. Soy sólo un niño que no debe trabajar, que no debe ver a su hermano menor haciendo magia, no debo ver a mi madre trabajar y lo que deberia ver no está...
Cada cierto tiempo dejo al alquimista para visitar a mi madre en las montañas, el viaje de Ank-Morpork a Carnero es muy costoso, asi que no acostumbro hacerlo. Mi jefe me enseña a encantar armas, hacer pócimas y ver a la muerte, pero es imposible, soy una cebolla intentando ser lechuga.
Los gigantes de hielo se pasan luchando con los dioses porque ellos ponen la música muy fuerte, en cambio yo sueño con convertirme en lechuga o en una piedra que no conozca el sentido de la gravedad, también me gustaria estudiar hardware informático con las druidas o ser un bárbaro caza trolls, pero sólo tengo un viejo que quiere ganar dinero a costa mía.
¿Cuándo veré a la muerte?, ¿vendrá en persona?, ¿por qué tiene una hija?...Isabel

sábado, 6 de octubre de 2007

El principio tuyo



Todas las tardes cuando no tengo nada que hacer recuerdo mis juegos con Valdir, mi hermano menor, esas tardes en Las Montañas del Carnero. Cuando de alguna u otro forma me hacías recordar que tú eras el octavo. La magia te hacía crecer, en cambio a mí me daba envidia. "Jugamos a cigarrillo 340", porque el ajedrez era para los dioses, las batallas para los bárbaros, las tabernas para los adultos, las plantas para las brujas, los dragones para los estúpidos. Toda la tarde con el mismo juego, aunque el centellear octarino no te dejaba ver...

Te pillé, "¿a quién más?". Y me tocaba a mí, hasta que llegara nuestra madre de la ciudad con cara de pescado frito mal echo, así hasta el día siguiente cuando volvíamos a jugar.

"¿Juguemos con Gran A'tuin?". Desde es momento, nunca más volví a jugar contigo.